El trabajo social como utopía vivida. El
significado teóricoprofesional del pensamiento
utópico para el trabajo social.
Social work as lived utopia. The theoretical and
professional meaning of utopian thinking for
social work.
Cosimo Mangione (*)
Reseña bibliográfica
(*) Cosimo Mangione es de nacionalidad italiana, doctor en Filosofía. Actualmente es
profesor de Teorías del Trabajo Social en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Nürnberg
Alemania.
ORCID: 0000000326965794
Correo electrónico: Cosimo.Mangione@thnuernberg.de
Recibido: 10.04.2025 Revisado: 11.04.2025 Aceptado: 30.05.2025
ISSN 2074-0700 / eISSN 27888452 97
ConSciencias Sociales, 16(31): 09 24, diciembre 2024
ISSN 20740700 / eISSN 27888452
https://doi.org/10.35319/consciencias.2025321616
MANGIONE, Cosimo (2025). “El trabajo social como utopía vivida. El significado
teóricoprofesional del pensamiento utópico para el trabajo social”. ConSciencias
Sociales, AÑO 17; N° 32; junio 2025; pp. 97114 Universidad Católica Boliviana “San
Pablo”, Sede Cochabamba.
Resumen
El presente artículo trata de analizar la
importancia del pensamiento utópico para el
trabajo social basándose en una revisión de
la literatura científica filosófica y
sociopedagógica. Partiendo de la tesis de que
el origen del trabajo social en el norte global
está muy relacionado con un proyecto
utópico de transformación social orientado a
la justicia social y la dignidad humana, el
artículo aborda la pérdida actual de la fuerza
transformadora del trabajo social. Las
razones de ello se encuentran en un proyecto
de profesionalización mal entendido, en el
que la razón calculadora y los puntos de
referencia económicos han desplazado a una
política de liberación. En opinión del autor,
desde la perspectiva del pensamiento utópico
y, en particular, de la obra de Ernst Bloch,
podrían surgir impulsos esenciales para
volver a centrarse en una idea de trabajo
social que ponga en el punto de mira la
categoría de la posibilidad y de la novedad.
A lo largo del estudio, quedó claro que, en la
situación histórica actual, marcada por una
transición, el pensamiento utópico puede
reforzar el papel del trabajo social a la hora
de limitar el potencial de exclusión asociado
a dichos procesos.
Palabras clave: Utopía, pensamiento
utópico, trabajo social, teoría profesional.
Abstract
This article aims to analyse the importance of
utopian thinking in Social Work, drawing on
a review of philosophical and socio
pedagogical literature. Starting from the
thesis that the origins of Social Work in the
global North are closely linked to a utopian
project of social transformation oriented
towards social justice and human dignity, the
article addresses the current loss of the
transformative power of Social Work. The
reasons for this can be found in a
misunderstood project of professionalisation,
in which calculating reason and economic
benchmarks have displaced a politics of
liberation. The author argues that the
perspective of utopian thought, and in
particular the work of Ernst Bloch, could
provide essential impulses for refocusing on
an idea of social work that emphasises the
category of possibility and novelty.
Throughout the study, it became clear that, in
the current historical situation, marked by
transition, utopian thinking can reinforce the
role of social work in limiting the potential
for exclusion associated with such processes.
Keywords: Utopia, utopian thinking, social
work, professional theory.
Resumo
O presente artigo tem como objetivo analisar
a importância do pensamento utópico no
Serviço Social, com base numa revisão da
literatura filosófica e sociopedagógica.
Partindo da tese de que a origem do Serviço
Social no Norte global está intimamente
relacionada com um projeto utópico de
transformação social orientado para a justiça
social e a dignidade humana, o artigo discute
a atual perda de poder transformador do
Serviço Social. As razões para tal residem
num projeto de profissionalização mal
compreendido, em que a razão calculista e as
referências económicas se sobrepuseram a
uma política de libertação. Na opinião do
autor, a partir da perspetiva do pensamento
utópico e, em particular, da obra de Ernst
Bloch, poderiam surgir impulsos essenciais
para recentrar uma ideia de Serviço Social
que coloque em foco a categoria da
possibilidade e da novidade. Ao longo do
estudo, ficou claro que, na atual situação
histórica, marcada por uma transição, o
pensamento utópico pode reforçar o papel do
trabalho social na hora de limitar o potencial
de exclusão associado a esses processos.
Palavraschave: Utopia, pensamento
utópico, serviço social, teoria profissional.
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Año 17, nº 32, junio 2025CON ciencias Sociales
Introducción
El presente estudio se basa en un análisis de
la bibliografía filosófica, sociológica y
socialpedagógica relevante, cuidadosamente
seleccionada para proporcionar una visión
integral y precisa de los temas abordados.
El objetivo es identificar y evaluar
críticamente las posiciones teóricas, los
hallazgos empíricos y las líneas de debate
relacionados con la importancia del
pensamiento utópico para el trabajo social.
La idea principal es que el trabajo social ha
perdido su fuerza utópica a lo largo de su
desarrollo histórico en el Norte Global. En la
actualidad, que está marcada por una
transformación digital y socioecológica, es
esencial que el trabajo social retorne de forma
explícita a la categoría de utopía. Esto es
clave para que pueda sobrevivir en la fase
presente, actuar de forma productiva y
alcanzar sus objetivos sociohistóricos.
La pérdida de poder utópico puede atribuirse
al cambio en la relevancia paradigmática de
los aspectos económicos desde la década de
1990 y al establecimiento de una idea
neoliberal activadora del Estado de bienestar
(Büschken, 2017; Abramovitz y Zelnick,
2018, p. 5). En Alemania, por ejemplo, esta
dinámica ha sido evidente desde la
introducción de un nuevo modelo de gestión
en la administración social (KGSt, 1993). La
necesidad resultante de hacer de la
“observación continua de los factores
económicos la tarea de control fundamental
de una institución” (Wilken, 2000, p. 20)
condujo a un aumento de las actividades
realizadas por profesionales en el marco de
una ”función administrativa de bajo nivel al
servicio de la razón calculadora” (Gray y
Webb, 2009, p. 111), lo cual entra en
conflicto con la función de la historia de las
ideas al servicio de una “política de
liberación” (Gray y Webb, 2009, p. 111).
Puede observarse una “ampliación del campo
de actividad”, que se caracteriza sobre todo
por la exigencia a los profesionales de asumir
“necesidades no específicas, es decir,
actividades nuevas y/o ajenas a la profesión,
como por ejemplo la documentación y el
controlling” (Buestrich y Wohlfahrt, 2008,
pp. 2223). Las nuevas figuras normativas de
organización y concepto, que poco a poco
van ganando importancia en el debate
(inclusión, etc.), revelan una forma de
“idealismo político de la legislación de
servicios sociales” (Dahme y Wohlfahrt,
2015, p. 75), pero su efecto sigue siendo cada
vez más paradójico, como se ha intentado
demostrar sobre todo en la asistencia a
personas con necesidades especiales
(Mangione, 2014). Como señala Mannheim,
precisamente estos supuestos conceptos
visionarios revelan un núcleo ideológico y
antiutópico, ya que no desarrollan una
“eficacia disruptiva” (“umwälzende
Wirksamkeit”, 2015, p. 169).
Precisamente esta tensión antinómica entre
“ideología” y “utopía” (Mannheim, 2015, p.
169), entre “razón calculadora” y “razón
liberadora”, entre una línea de trabajo social
que prioriza el cálculo económico y la “razón
calculadora” y un trabajo social cargado de
utopía que se aferra a ser parte de un proyecto
de justicia más allá de su “organización de
mercado” (Rauschenbach, 1992, p. 49, el
subrayado es nuestro) forma parte de un
proyecto de justicia y hace del trabajo social
una “profesión imposible”, como Freud
afirmó en su día sobre la psicoterapia (como
se citó en Schmidbauer, 1992, p. 17).
Precisamente, una estructura tan compleja y
antinómica del trabajo social, que ha ido
creciendo a lo largo de la historia, y las
crecientes fuerzas antiutópicas que despliega
una sociedad neoliberal hacen que sea
necesario reivindicar de nuevo y con firmeza
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la importancia esencial de lo utópico para la
configuración de lo social.
Basándose en las funciones que Ruth Levitas
describió para la utopía (Levitas, 2001, p.
28), se podría proponer que las tareas del
trabajo social se dividan en tres áreas
principales. Estas serían la función
compensatoria y de apoyo, la función crítica
y política, y la función transformadora. La
función transformadora del trabajo social, en
particular, está estrechamente relacionada
con un proyecto de liberación, es decir, con
el compromiso fundamental de la profesión
de luchar contra cualquier forma de opresión
y devolver a las personas con las que trabaja
en diferentes contextos y campos la
conciencia de la dignidad de su existencia.
Cuando en la “Definición Global del Trabajo
Social”, reconocida internacionalmente, se
afirma que el trabajo social como profesión
y disciplina promueve ”el cambio y el
desarrollo social, la cohesión social, el
empoderamiento y la liberación de las
personas” (IFSW, 2014), se abordan aspectos
que, en esencia y en el sentido de Mannheim
(2015, pp. 169171), tienen un carácter
utópico, ya que exigen a los profesionales
que entiendan su trabajo como una
contribución activa a la trascendencia y al
cambio del sistema social actual. En términos
profesionales, como postula el trabajo social
antiopresivo, se trata de “promover la justicia
social y el desarrollo humano en un mundo
injusto”, ya que esta es la “razón de ser de la
práctica del trabajo social” (Dominelli, 2022,
p. 4). La utopía y la liberación están
estrechamente relacionadas, como ya subrayó
Freire: “La actitud utópica no es una
alienación de la realidad o mera retórica, sino
más bien la constante reutilización [sic]
(probablemente se refiere a la refutación;
Nota del autor) de estructuras
deshumanizadoras y la defensa de estructuras
en las que el ser humano pueda ser humano”
(Freire, 2007, p. 44). Desde este punto de
vista, las imágenes utópicas del trabajo social
—como propone Sargisson para la política—
proporcionan un “sentido de dirección”
orientativo para alcanzar los objetivos
propios.
Este redescubrimiento y reorientación hacia
lo utópico implica hacer hincapié en los
valores esenciales del trabajo social y en la
inevitabilidad de su dimensión política
(Duarte, 2017, p. 39) para hacer realidad su
código de valores y construir una sociedad
completamente nueva. En este contexto,
algunos han esbozado la imagen de un
“trabajo social agonístico” (Bečević y Herz,
2023), es decir, un “trabajo social
combativo”, como modelo para una
profesión que durante demasiado tiempo
apenas ha percibido su poder de reforma y
que se ha limitado principalmente a actuar
como controladores locales de problemas
sociales más profundos causados por el
capitalismo (Bečević y Herz, 2023, pp. 1165
1166). La reflexión y la superación de una
complicidad latente con un sistema que priva
de derechos implica tomar conciencia de la
conflictividad inherente al orden social y a la
política. Siguiendo a Mouffe y Gramsci,
Bečević y Herz entienden esta política como
un “espacio ontológico y contingente de
relaciones de poder, fragmentación, conflicto
y antagonismo no resuelto” (Bečević y Herz,
2023, p. 1170). Desde la perspectiva del
trabajo social, esta observación requiere una
posición cognitiva y profesional en la que se
haga referencia explícita a la categoría de la
“novedad” (Bloch, 1954, p. 219) y de lo “aún
no hecho” (Bloch, 1978, pp. 7274), pero
también a lo que podría hacerse (Bloch,
1954, pp. 243244), tanto para la disciplina
como para la profesión.
La actual situación de crisis global
multipolar, en particular la transformación
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Año 17, nº 32, junio 2025CON ciencias Sociales
digital y socioecológica y los múltiples retos
que de ella se derivan, plantea naturalmente
la cuestión de cómo transitar hacia un nuevo
orden social. El trabajo social no solo debe
adoptar medidas para mitigar el potencial de
exclusión que acompaña a tales procesos de
transformación, sino también participar de
forma “proactiva” en la configuración de una
“sociedad social y ecológicamente más
sostenible” (Abels et al., 2022, p. 3). La
participación en la construcción de algo
completamente nuevo que supere lo que ha
sido y que, al mismo tiempo, tenga en cuenta
las expectativas y los sueños, parece ser la
perspectiva más adecuada para el trabajo
social en una época de transición de crisis. El
presente artículo no aborda la cuestión teórica
y estructural de cómo surge lo nuevo de lo
viejo en la realidad social (Oevermann, 1991,
p. 267), ni la cuestión metodológica de cómo
se pueden acompañar, moderar y dirigir tales
procesos en el sentido de una “ciencia
transformadora” (SingerBrodowski et al.,
2021). La cuestión de qué mediaciones son
necesarias para que lo nuevo no sea solo un
pobre sueño psicológico abstracto, sino que
intervenga en la historia misma, como ya
formuló Bloch en 1978 (Bloch, 1978, p. 133),
sigue siendo relevante para las
consideraciones posteriores, pero no puede
abordarse con la profundidad necesaria.
Partiendo de observaciones y de los primeros
resultados obtenidos en el marco de un
proyecto de investigación sobre el
pensamiento utópico en el trabajo social, a
continuación se intentan establecer algunas
tesis teóricas y metodológicas sobre la
importancia del pensamiento utópico en el
trabajo social. Para fundamentar las
conclusiones expuestas, se describe en primer
lugar el marco teórico y conceptual en el que
se basa la contribución. A continuación, se
esbozan los momentos históricos más
destacados en los que lo utópico irrumpió y
dio a la profesión una nueva orientación hacia
el futuro.
1. Utopía y pensamiento utópico
El concepto de utopía tiene una larga
tradición en las diferentes disciplinas de las
ciencias humanas y ha inspirado una
fructífera línea de reflexión epistemológica.
Bajo esta perspectiva, se plantean
contraproyectos alternativos que
supuestamente serían mejores que el orden
actual de la realidad y, por lo tanto, se pone
de relieve la visión de una “humanidad
perfecta” y el “sentido de la historia” como
horizonte de posibilidades (Soniewicka,
2022, p. 99). La utopía o la aspiración utópica
es una constante de la experiencia humana
que puede definirse con una fórmula sencilla
y fácil de recordar: la “expresión del deseo
de una mejor forma de vivir y de ser”
(Levitas, 2013, p. 4). En este sentido,
cualquier actividad humana orientada a
cambiar o transformar el mundo puede
considerarse utópica, ya que en ella se
expresa la voluntad de vivir mejor (Levitas,
2013, p. 5).
Cabe señalar que también se oyen voces
poderosas que identifican el “deseo de hacer
felices a las personas“ como posiblemente el
más “peligroso” de todos. Estas voces trazan
una línea directa desde ese deseo hasta la
“intolerancia”, las “guerras religiosas”, el
“utopismo” o, en otras palabras, el “infierno
en la Tierra” (Popper, 1992, p. 277). Estas
formas de pensar antiutópicas no distinguen
entre el “deseo” distópico (en el sentido de
Popper, un deseo que una instancia colectiva
intenta hacer realidad) de un imaginado y
anhelado país de Jauja y la “conciencia
anticipatoria” de una posible configuración
mundial futura que surge del proceso de la
realidad histórica (Bloch, 1954, pp. 5759).
La errónea equiparación de mundos futuros
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utópicos con mundos “perfectos” ha
favorecido sin duda esta crítica al
pensamiento utópico y ha hecho que se
ignore la característica esencial de las
utopías. Las utopías son, en esencia, “mundos
dinámicos” o representaciones de “lugares
buenos” que distan mucho de ser estáticos y
perfectos, y en los que se producen conflictos
(Sargisson, 2007, p. 31).
Debido a las dispares tradiciones y a las
heterogéneas líneas argumentativas asociadas
a este término, es difícil encontrar una idea
uniforme y consensuada de lo que se entiende
por utopía (Schölderle, 2017, pp. 1213). El
presente artículo se basa en varias corrientes
de pensamiento y se siente especialmente
comprometido con la contribución de Ernst
Bloch, que se esbozará brevemente más
adelante.
Sobre todo en los primeros intentos
románticos de pensamiento utópico,
empezando por “Utopía” de Tomás Moro
(1516/2020), pasando por “El estado solar”
de Tommaso Campanella (1602/1981),
“Nueva Atlántida” de Francis Bacon
(1627/2020) y “La isla de los pinos” de
Henry Neville (1668/1999), la utopía designa
el lugar imaginario y soñado en el que se
diseñan “imaginaciones paradisíacas en
espacios históricos” (Habermas, 1985, p.
142). Aunque Habermas interpreta la
limitación de estos diseños al plano espacial
—a menudo se menciona una isla como lugar
del estado utópico— como una indicación del
“carácter ficticio de la narración”, las causas
y antecedentes de esta narración pueden
situarse perfectamente en el contexto
histórico. El análisis de este nuevo género
literario puede considerarse una expresión de
la aguda crítica a la sociedad de su época
(Jenkins, 1992, pp. 98105; Colombo, 2019,
p. 103; Schölderle, 2022, p. 28). La obra de
otro importante utópico del siglo XIX,
Charles Fourier, solo puede interpretarse
adecuadamente si se considera en el contexto
del “desarrollo social erróneo” y se compara
con el diseño utópico “como la mejor
alternativa” (Saage, 1999, p. 70). Por lo tanto,
el concepto de utopía tiene, como se puede
ver en el caso de Moro, un doble carácter de
„crítica“ (de las condiciones de vida actuales)
y de “propuesta” para el diseño de sociedades
futuras (Mordacci, 2020, p. 12). Esto pone de
manifiesto que, a pesar del malentendido
categórico y de la acusación de que las
narraciones utópicas tienen algo de
“fantástico” e “irreal” (véase la valoración de
Engels de los textos de Moro, Orwell y
Fourier en Wollgast, 2001, pp. 67), la utopía
tiene un carácter “práctico” que, al menos en
las reflexiones más maduras, se mantiene en
el fondo siempre (Habermas, 1985).
En este contexto, Moro diseñó una sociedad
ideal en la que plasmó las condiciones con las
que soñaba y deseaba. Esta sociedad se
caracterizaba por no permitir la privación de
derechos, la exclusión ni los escandalosos
contrastes en las condiciones de vida entre los
diferentes grupos de personas. En términos
positivos, se trata de una sociedad en la que
todos caminan “en posición erguida“, por
utilizar la memorable e inspiradora imagen
de Ernst Bloch (1978).
Sin embargo, los primeros intentos de crear
espacios utópicos no tuvieron prácticamente
ningún efecto histórico. Esto también se debe
a la propia concepción de la utopía, que para
Moro sigue siendo una construcción
supraindividual deseada y que Saage connota
como un concepto de utopía “clásico” (2004,
p. 618).
El pensamiento utópico solo puede
considerarse eficaz en la medida en que se
adentra conscientemente en la dimensión
temporal e incluye la historicidad, el devenir
y el carácter procesual de la realidad. Esta es
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Año 17, nº 32, junio 2025CON ciencias Sociales
la base para trascender las condiciones de la
realidad existente y diseñar una forma de
sociedad diferente, nueva y anhelada como
objetivo concreto en un marco temporal
concreto (Mannheim, 2015, p. 169). En
consecuencia, el concepto de utopía, tal y
como lo entiende Landauer, se fundamenta
en la voluntad teleológica individual cargada
de intenciones y adquiere, además, una capa
de significado anárquico (Saage, 2004, 618).
En este contexto, el futuro se describe como
el “reino de las posibilidades abiertas”
(Marsch, 1969, p. 12), e incluso como el
tiempo en el que lo nuevo se manifiesta como
producto de la “historicidad de la realidad”
(Moltmann, 1964, p. 21).
Sin embargo, esta tensión entre el presente y
el futuro o entre lo dado y lo posible solo
define aparentemente el marco dentro del
cual se constituye la “conciencia utópica” de
una sociedad (Mannheim, 2015, p. 169). Una
de las peculiaridades de la “conciencia
moderna del tiempo” es que en ella “lo
utópico se fusiona con el pensamiento
histórico” (Habermas, 1985, p. 142), por lo
que se mantiene una dinámica optimista de
progreso. El diagnóstico de un “agotamiento
de las energías utópicas”, es decir, el
predominio de un “realismo antiutópico” en
los siglos XX y XXI, debería ser motivo de
gran preocupación para la ciencia y servir de
estímulo para iniciar proyectos de
transformación social que justifiquen una
“esperanza radical” (Lear, 2021).7
La contribución de Ernst Bloch (1954) puede
clasificarse en la línea del concepto
intencional de utopía de Landauer (Saage,
2004, pp. 618620). Gracias a él, el concepto
de utopía, que había caído en descrédito por
el proyecto distópicototalitario de la antigua
Unión Soviética, fue revalorizado y liberado
de su perversión ideológica. Bloch critica en
particular las “malas utopías” como
proyectos sociales “abstractamente
disolutos” (1954, p. 215) que no tienen en
cuenta las condiciones reales y su propia
dinámica dialéctica en el sentido de Marx. En
cambio, aboga por la “utopía concreta”,
refiriéndose con ello al desarrollo de lo
“realmente posible” (Bloch, 1954, p. 214),
que aún no se ha completado, pero que está
en proceso de convertirse en una “realidad
procesual [énfasis en el original]” (Bloch,
1954, p. 215). Para Bloch, el hecho de que el
mundo esté abierto a lo nuevo y en constante
proceso de realización de sus posibilidades
existentes es el argumento más sólido a favor
de lo utópico y de la justificación de la
“función utópica” (Bloch, 1954, p. 215). Con
ello, Bloch se refiere a una “actividad”
teleológica mediante la cual se alcanza „el
punto de contacto entre el sueño y la vida“,
es decir, la anticipación y la expectativa de
“lo que aún no ha llegado a ser” y el “mañana
en el mundo” (Bloch, 1954, p. 161) con la
acción creativa, activa y voluntaria (“actitud
de proceso participativa y colaborativa”,
Bloch, 1954, p. 162), para formar una alianza
transformadora.
Queda claro que para Bloch no se trata de una
dinámica histórica autoimpuesta que dé lugar
a una sociedad mejor. El requisito previo para
el desarrollo de tal dinámica es el “valor de
la esperanza militante” (Moltmann, 1976, p.
67) del ser humano activo para construir
“otros espacios” o “heterotopías” (Foucault,
1992, p. 39) en los que las utopías se
manifiesten como realidades
experimentables. Términos como “voluntad”,
7 En este contexto, resultan útiles las reflexiones sobre la
necesidad de una “ciencia transformadora”. Esta se define
como “una ciencia que no solo observa y describe desde fuera
los procesos de transformación social, sino que también los
impulsa y cataliza, y aprende de ellos como parte de dichos
procesos” (Schneidewind, 2015, p. 88). Por consiguiente, la
ciencia —entendida como “ciencia utópica”— también es una
instancia que debería ocuparse de la pregunta “¿Qué es
posible?” (2017, p. 150).
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“yo”, “decisión”, “actividad” aparecen una y
otra vez en su obra más importante (Bloch,
1954) y marcan la “intencionalidad” de su
concepto de utopía (Saage, 2004, p. 618)
como “anticipación” en la imaginación y la
conciencia de posibilidades reales,
claramente diferenciada de las formas de
“pensamiento ilusorio” (Bloch, 1954, p. 159)
al estilo de Moro.
Así como advierte contra la “superstición de
un mundo que se vuelve bueno por sí mismo”
(Bloch, 1954, p. 164), también advierte
contra el “mal activismo golpista” que,
aislado de las tendencias históricas, pretende
forzar lo nuevo para hacer realidad
posibilidades históricamente maduras. Más
bien, lo que importa es comprender la
“interacción dialéctica” de lo subjetivo y lo
objetivo (Bloch, 1954, p. 163).
El énfasis en la dimensión concreta, o tal vez
más amplia, práctica del concepto de utopía
sugerido por Bloch está teniendo un notable
resurgimiento en las reflexiones más
recientes sobre el tema. Así, Wright habla de
“utopías reales” como “alternativas lúcidas,
rigurosas y viables a las instituciones sociales
existentes” (2011, p. 37); Bregman, de
“utopías para realistas” (2017); Plummer, de
“realismo utópico” (2021, pp. 162163);
Ghodsee, de “utopía cotidiana” (2023); y
Freire, de “viabilidad no probada”.8
En ellas se observa el intento de estimular un
discurso sobre las posibilidades y de
“favorecer las pequeñas narraciones”, es
decir, de construir espacios utópicos reales y
locales en lugar de aspirar a cambios globales
(SchönherrMann, 2013, p. 50). Porque,
aunque se admita que algunas visiones
utópicas del futuro parecen demasiado
simples (“simplified sketches”), contienen la
esencia de un futuro cambio social real
(Wright, 2011, p. 37). Los hallazgos de la
investigación más reciente sobre la
transformación también coinciden con este
énfasis en la necesidad de cultivar lo nuevo
en espacios alternativos manejables. Así,
Geels y Schot (2007) subrayan que las
transiciones hacia cambios radicales se
benefician cuando el cambio deseado puede
probarse de antemano en pequeños
laboratorios utópicos capaces de ganarse el
apoyo de “grupos poderosos” y, de este
modo, ejercer presión sobre el régimen
dominante y promover su
“desestabilización”. De esta forma, se pueden
encontrar formas de llevar lo nuevo a la
corriente principal (Geels y Schot, 2007, p.
400).9
La contribución de Ernst Bloch a la
justificación del pensamiento utópico
también hace especial hincapié en el poder
cognitivo del pensamiento utópico, en el que
la esperanza es un principio central (Bloch,
1954). Para Bloch, el principio es mucho más
que una mera actitud optimista hacia el
futuro, sino que describe un compromiso
ineludible de “pensar y actuar” (1978, p. 93),
que se hace necesario precisamente en la
medida en que la brecha entre la realidad y el
principio se ensancha y es necesario
perseverar en un “asombro rebelde” (Bloch,
1978, p. 93). En este contexto, la esperanza
pierde su componente afectivo y se revela
como un “acto cognitivo, como un acto de
conocimiento” (Bloch, 1978, p. 72), y el
discurso sobre el inconsciente, que aparece
con tanta frecuencia en sus textos, se
manifiesta como una expresión de la “tensión
utópica” (Mancini, 2019, p. 180) que impulsa
8 “Con la propuesta de la “viabilidad no probada”, Freire
cuestiona la concepción tradicional y predominante de la
utopía: el ‘no lugar’, el lugar perfecto e idealizado que es
inalcanzable y que se popularizó en el siglo XVI en la obra
Utopía, de Tomás Moro” (Cebalho Fernandes y Da
Trindade, 2023, p. 4).
9 La comprensión de la relación entre nichos de innovación
y utopías se la debo a una conversación con Katrin Valentin
y a la lectura de un ensayo suyo (Valentin, 2024).
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constantemente a la humanidad a trascender
el statu quo para crear un mundo mejor
(Mancini, 2019, p. 180). Toda la vida del ser
humano está marcada por esta búsqueda
constante de algo que falta y que se desea
(Kimmerle, 1974, p. 25). En muchas formas
imperceptibles e inconscientes, y en cada fase
de la vida humana, se pueden reconocer esas
“esperanzas de la cotidianidad media”
(Kimmerle, 1974, p. 25), que apuntan a un
aspecto fundamental de la conciencia: la
expectativa de que lo que falta y se
experimenta como una carencia sea
eliminado (Kimmerle, 1974, p. 26). Un
aspecto que seguramente se hace aún más
patente en situaciones de necesidad
existencial, como las que experimentan
muchos de los beneficiarios del trabajo
social.
En particular, el pensamiento en categorías
de apertura al futuro y de carácter procesual
proporciona una imagen del ser humano que
se caracteriza por un “utopismo inherente de
capacidad de acción y conciencia”, así como
por una “correspondiente orientación hacia el
futuro de los sujetos” (Marvakis, 2006, p.
50). Para Bloch, la puerta de entrada a esta
dimensión utópica de la conciencia son los
“sueños diurnos” (en contraposición a los
sueños nocturnos, que Freud privilegia para
el estudio del inconsciente) (Marvakis, 2006,
pp. 5152), porque en ellos se revela la
materia prima o el estadio previo de lo
utópico en forma de “formulaciones y
configuraciones anticipadas de lo posible”,
que incluyen en el sujeto la fuerza de los
procesos individuales de autotrascendencia
(Marvakis, 2006, p. 53; véase también Bloch,
1954, pp. 127128). Se puede afirmar que
este enfoque, con su entramado de categorías
filosóficas, es muy productivo para la
construcción teórica y el discurso
metodológico profesional del trabajo social.
2. Líneas utópicas visibles y ocultas en el
trabajo social
La referencia inicial a la necesidad de
retomar el ideal utópico y de que el trabajo
social vuelva a considerar la categoría de la
utopía como fuente de orientación y fuerza
determinante del concepto presupone que el
trabajo social ya ha incorporado de una forma
u otra lo utópico, entendido como proyecto
de mejora del mundo, tanto como objetivo
como requisito permanente de su actuación.
Porque las imágenes utópicas tienen una
función crítica en relación con los males de
la sociedad observada, pero también tienen
sobre todo una “función práctica” (Habermas
1985, p. 74), en el sentido de que sirven como
marcas en el camino hacia la estimulación de
procesos de transformación. En lugar de
imaginar realidades estáticas como estados
inalcanzables, las utopías desde esta
perspectiva deben “estimular un cambio de
paradigma en la conciencia y hacer posibles
nuevos espacios imaginativos desde los que
podamos acercarnos de nuevo al mundo”
(Sargisson, 2007, pp. 3738). Por lo tanto, se
parte de la base de que el trabajo social
siempre ha actuado de forma utópica, aunque
no fuera plenamente consciente de la
dimensión utópica o no se expresara
abiertamente el contenido utópico de su
actuación. El presente trabajo parte de la tesis
de que el trabajo social ‘clásico’ es una
instancia que ha perdido la fuerza o que
nunca ha desarrollado realmente del todo la
capacidad de iniciar cambios sociales y de
entenderse a sí misma como una profesión
transformadora o incluso como una profesión
de posibilidades.10 A pesar de estos resultados
desalentadores, en la historia del trabajo
social se pueden identificar hasta la fecha
líneas de actividad en las que los trabajadores
sociales se percibían a sí mismos como
catalizadores de cambios sociales y dirigían
su impacto en esta dirección.
10 El término que se presenta aquí hace referencia a la
caracterización de la ciencia económica como “ciencia de
las posibilidades” realizada por Schneidewind (2017).
ISSN 2074-0700 / eISSN 27888452 105
En este contexto, la contundente afirmación
de Nowicki de que la “historia del trabajo
social [...] no es una historia de ‘ideas’ de
reformadores” (1973, p. 46) parece una tesis
que requiere una consideración crítica. La
afirmación de que “la asistencia a los pobres,
la beneficencia, la asistencia social y el
trabajo social representan diferentes tipos de
intervención de la clase dominante en la
situación social respectiva de la clase
trabajadora” (Nowicki, 1973, p. 47) revela
una actitud antiutópica algo esquemática y
una interpretación unilateral de toda la
historia del trabajo social desde una
perspectiva materialistadialéctica. Aunque
existen razones de peso para constatar el
peligro latente de que las medidas de
asistencia social se conviertan en un
instrumento de opresión controladora o
incluso en una “nueva cultura de control” en
el marco del Estado social activador (Lutz,
2009, p. 243), el trabajo social es utópico,
siempre y cuando quiera ser fiel a su proyecto
de justicia. Esto también es aplicable si se
tiene en cuenta que en su vocabulario el
término utopía casi nunca se ha utilizado, ni
desde un punto de vista teórico, ni
metodológico ni crítico.
En particular, las épocas caracterizadas por
procesos de cambio a gran escala parecen
estar predestinadas a que el trabajo social
actúe como una profesión transformadora y
utópica. Esto puede observarse especialmente
en la fase histórica actual, en la que la
transformación socioecológica está en pleno
apogeo. Como ejemplo, cabe mencionar la
estimulante e inspiradora contribución de
Kathrin Valentin, que reconoce en las
actividades actuales del trabajo juvenil
“cambios paradigmáticos” que describe en el
sentido de la formación de “nichos de
transformación” (Valentin, 2024).
Si se analiza la historia del desarrollo del
trabajo social como profesión en el contexto
de la industrialización, se hace evidente que
los orígenes de esta profesión se encuentran
en las tendencias utópicas y en una
orientación idealista hacia el futuro. En vista
de las evidentes deficiencias de la asistencia
social municipal en el siglo XIX, el
empobrecimiento de amplios sectores de la
población, en particular de los trabajadores y
sus familias, se abordó como una “cuestión
social”. El tratamiento de esta problemática
fue llevado a cabo por asociaciones privadas,
en particular asociaciones de mujeres, en el
marco de la ayuda caritativa. De estas
asociaciones de mujeres, cuyos miembros
procedían de la alta burguesía, se constituyó
gradualmente el movimiento feminista, lo
que dio al trabajo social su primer impulso
efectivo de profesionalización (Hering y
Münchmeier, 2014, pp. 5355). El inicio del
proceso de establecimiento y fundamentación
metodológica y teórica del trabajo social en
Alemania se debe en gran medida a la labor
de Alice Salomon. Desde la perspectiva de la
presente argumentación, resulta de gran
interés que en sus escritos se vislumbren
repetidamente referencias a las obras de
idealistas y críticos culturales del siglo XIX
como Thomas Carlyle, Ruskin y Tolstoi
(Kuhlmann, 2007, p. 29; BrachesChyrek,
2013: 234), autores que en parte también
desempeñaron un papel importante en el
desarrollo de la obra utópica de William
Morris (Saage, 2002, p. 160). En una
conferencia de 1921, Salomon define la
corriente de pensamiento idealista (social)
que estaba surgiendo en aquel momento
como fundamental para la base moral de la
asistencia social y ve en ella la visualización
de la imagen de “un orden social mejor que
queremos y debemos crear“ (Salomon, 2022,
p. 38).11 En ella se puede ver que tanto el
11 Solo un año antes, Natorp había presentado con su texto
Sozialidealismus una obra fundamental que encontró un
público comprometido entre los fundadores de la primera
comunidad de vecinos en suelo alemán, los estudiantes de
la Sozialen Arbeitsgemeinschaft (SAG) BerlinOst
(Henseler, 2023).
106
Año 17, nº 32, junio 2025CON ciencias Sociales
movimiento feminista como el movimiento
obrero siguieron básicamente una
“perspectiva críticautópica” (Maurer, 2008,
p. 3) a la hora de hacer frente a los problemas
de desigualdad planteados por la sociedad
industrial.
Desde esta perspectiva, se puede entender
mejor la valoración resumida de Wendt sobre
el papel que desempeñaron en el trabajo
social los primeros proyectos utópicos
socialistas del siglo XIX, asociados a los
nombres de SaintSimon, Fourier y Owen. Su
orientación progresista y comunitaria, basada
en los principios de igualdad y participación
en la propiedad, tendrá “una importancia
duradera para la orientación y las
características del trabajo social, así como
para la evaluación de las oportunidades de
una vida comunitaria” (Wendt, 2017, p. 135).
Por lo tanto, puede sorprender que los
contenidos utópicos de las obras de estos
autores sean difíciles de identificar en el
desarrollo teórico de la disciplina.
Mientras que en la historia de la pedagogía la
utopía puede reconstruirse fácilmente como
una figura de mediación pedagógica entre lo
realmente existente y lo idealmente posible
(Steffel, 2023, p. 141), tal reconstrucción es
algo más compleja en el caso del trabajo
social. Aunque el movimiento de
asentamiento de Jane Addams ya contenía
fuerzas utópicas cristianas (Rudnick, 1996;
Hampton, 2007; Schultz, 2015), esta
dirección de empuje se ha mezclado
repetidamente con una concepción del
trabajo social en la que se da prioridad a una
reacción de emergencia compensatoria y
afirmativacontroladora a los desarrollos
sociales (Mollenhauer, 1959, p. 55). Se puede
plantear la tesis de que la permanente
interconexión de diferentes definiciones
funcionales y estructuras de mandato ha
dificultado la recepción de corrientes teóricas
de la investigación utópica, así como el
desarrollo del pensamiento utópico en el
trabajo social. De hecho, en el debate sobre
el trabajo social, el término ‘utopía’ se utiliza
a menudo en su derivación adjetivadora y, en
este contexto, se asocia principalmente con
ideas fantásticas (con connotaciones
negativas) y conocimientos irrelevantes para
la práctica. E incluso cuando los discursos
utópicos se perciben en su peculiar poder de
cambio, solo lo hacen en el sentido de
“visiones”, es decir, de fuentes de sentido
para la creación de una identidad profesional
resiliente en contextos laborales desafiantes
(Gilde Soziale Arbeit e.V., 2023). Una
interpretación tan autolimitante y pragmática
de lo utópico como mero instrumento de
autocuidado y la consiguiente reducción de
la comprensión de la profesión a la aclaración
de las condiciones para hacer frente a la
práctica cotidiana contribuyen en el trabajo
social a reforzar una racionalidad de acción
antiutópica y a ocultar el proyecto histórico
de “logro de la justicia social” (Schrödter,
2007, p. 8), en la que se inscribe la profesión,
que la caracteriza y a través de la cual se
constituye.12
En la práctica del trabajo social se puede
observar una doble orientación de acción: la
de la atención cuidadosa a formas concretas
de comportamiento disfuncional en la vida
cotidiana de las personas, con el objetivo —
expresado en la tradición de Oevermann— de
lograr la “restauración de la autonomía
dañada de la práctica de la vida” (véanse al
respecto las explicaciones de Garz y Raven,
2015, pp. 114121) y la crítica de las
estructuras opresivas y las prácticas
12 En la investigación filosófica italiana sobre la utopía, esta
se discute como idea central de un “proyecto de liberación”
(Colombo, 2019, p. 106) en el sentido de la “construcción
de una sociedad justa” (Colombo, 2019, p. 103). Laura
Tundo (1998, p. 10) también expresa esta idea: “La utopía
debe, por tanto, ser reinterpretada y considerada de forma
unitaria como un proyecto y un proceso histórico de
construcción de una sociedad justa, algo a lo que la
humanidad siempre ha aspirado”.
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excluyentes, que son las que generan la
marginación y que, como tales, deben ser
consideradas como otro foco de intervención
del trabajo social (Baines, 2017). Ambas
perspectivas de acción se caracterizan por la
“categoría de posibilidad” (Bloch, 1954, p.
243), es decir, la confianza básica en que los
procesos de desarrollo en relación con la
subjetivación (Bloch, 1954, p. 255) y la
perfeccionabilidad de la sociedad tienen un
horizonte abierto. En este contexto, se puede
plantear la tesis de que el trabajo social puede
entenderse y fundamentarse como una
disciplina y una práctica holística,
transformadora y utópica en esencia.
Tanto en la “revelación del potencial utópico
en la vida vivida“ concreta y relacionada con
el caso (Bitzan et al., 2006, p. 66), así como
en la crítica trascendental del caso y en el
esfuerzo por cambiar las estructuras
dominantes y los “conocimientos
hegemónicos” (Bettinger, 2013, p. 87), el
pensamiento utópico puede desarrollar una
fuerza cognitiva productiva. Para que esto
funcione, es necesario que los mundos
utópicos se entiendan como “hipótesis” y no
tanto como “planes (para el futuro) “
(Levitas, 2017, p. 8). Su “óptimo funcional”
puede identificarse precisamente en su crítica
en la actualidad a las estructuras existentes de
privación de derechos y degradación de las
personas (Schölderle, 2021, p. 37). Desde
esta perspectiva, la utopía adquiere el carácter
metodológico de una “reorganización
imaginada de la sociedad” (Levitas, 2017, p.
8) y, de esta forma, también se puede
conectar con el discurso teórico y
metodológico de la profesión.13
La valoración de Thiersch, inspirada en
Bloch, de que un trabajo social crítico
consiste sobre todo en aclarar la tensión entre
la “vida” (y la cotidianidad que en ella se da)
“y lo que en esta vida se contiene como
potencial (…), como posibilidades de
desarrollo y también como proyectos que van
más allá de lo existente”, puede entenderse
claramente en su dimensión utópica en el
contexto de las consideraciones expuestas.
Precisamente cuando el trabajo social logra
revelar la “diferencia entre lo dado y lo
posible” (Bitzan et al., 2006, p. 63) y definir
como objetivo la superación de esta
diferencia, puede hacer justicia al poder
transformador de su práctica. En consonancia
con esta opinión, Maurer afirma que la tarea
del trabajo social consiste en desarrollar
enfoques y modelos alternativos que vayan
más allá de las normas y convenciones
sociales existentes. Esto requiere un cierto
grado de “imaginación social” (Maurer,
2008, p. 7).
La sugerencia de Wright de que “la
investigación de utopías reales significa
desarrollar una sociología de lo que es
posible [énfasis en el original], no solo de lo
que es real [énfasis en el original] “ (2011, p.
37) podría aplicarse de forma análoga al
trabajo social si este quiere entenderse como
una profesión y una disciplina de lo posible.
Esto también contribuiría a abandonar
definitivamente una orientación crónica hacia
las carencias que siempre se queda anclada
en el presente. Los trabajadores sociales con
orientación utópica son buscadores de
posibilidades y oportunidades futuras para el
desarrollo continuo de sus clientes.
3. Observaciones finales
En este artículo se plantea la tesis de que lo
utópico ha perdido importancia como fuerza
estructuradora y determinante de los
objetivos del trabajo social. La
13 Horsell (2023) ha intentado aplicar el “método utópico” de
Levitas al tratamiento de la falta de vivienda en Australia en
una inspiradora contribución.
108
Año 17, nº 32, junio 2025CON ciencias Sociales
reconstrucción histórica esbozada ha
demostrado que las pioneras alemanas del
trabajo social mantenían una estrecha
relación con el pensamiento social crítico y
utópico de los siglos XVIII y XIX. Sin
embargo, a lo largo de los procesos de
racionalización, este pensamiento ha ido
quedando cada vez más en un segundo plano.
El redescubrimiento de lo utópico está
relacionado con el redescubrimiento de los
sujetos del trabajo social (Gray y Webb,
2009, p. 112), que pueden considerarse
portadores de una racionalidad alternativa a
la “racionalidad sistematizadora dominante”
(Gray y Webb, 2009, p. 112). En el contexto
del actual proceso de transformación, es
imprescindible que el trabajo social participe
en la construcción de una nueva sociedad y
se dedique prioritariamente a esta tarea en la
enseñanza, la investigación y la práctica. Para
estar a la altura de esta responsabilidad, es
esencial que el trabajo social desarrolle
“visiones y prácticas experimentales”
(Maurer, 2008, p. 7) y cultive
conscientemente imágenes de una sociedad
alternativa y mejor. La reevaluación del
carácter utópico del trabajo social puede
contribuir a reforzar su importancia para
superar los sistemas actuales, que fomentan
la exclusión y favorecen la deshumanización,
y para construir una sociedad nueva, más
justa y sostenible. En este sentido, el trabajo
social puede entenderse como una ciencia
transformadora que, en una época de cambios
y crisis múltiples, revela una dimensión
política ineludible.
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Short biographical sketch: Prof. Dr. Cosimo
Mangione, Italian, Doctor of Philosophy,
currently Professor of Theories of Social
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Breve esboço biográfico: Prof. Dr. Cosimo
Mangione, italiano, Doutor em Filosofia,
atualmente Professor de Teorias do
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Ciências Aplicadas de Nuremberga
(Alemanha).
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